POIPET
Hasta hace unos días
Poipet era para mí tan solo una frontera entre Camboya y Tailandia. Ahora Poipet me
habla de mil rostros, mil historias, mil sonrisas, mil lágrimas. La urgencia y
tragedia humanitaria de la que he sido testigo a finales del mes de junio me
dice una vez más que en medio del sufrimiento siempre hay bondad, un corazón
agradecido, esperanza… Y la sonrisa de los camboyanos es eterna.
Un grupo de
estudiantes de nuestras tres casas de Camboya junto a algunas hermanas hemos
tenido la suerte de poder aportar nuestro granito de arena ayudando a esta
marea de gente que con todas sus pertenencias (a veces tan solo una bolsa de
ropa y un pequeño ventilador) se trasladaban de Tailandia a su país de origen:
Camboya. La escasez de puestos de trabajo en Camboya y los salarios irrisorios
hacen a muchas familias emigrar a Tailandia donde al menos pueden trabajar y
sostener económicamente a sus familias con todos los problemas que entraña la
inmigración . La decisión de los militares Tailandeses de tratar de regularizar
la situación de miles de camboyanos ilegales en Tailandia ha hecho que en solo
3 semanas hayan pasado más de 280.000 personas por esta frontera. Las
condiciones en que llegaban eran inhumanas hacinados en camiones por
innumerables horas, y cada uno traía una
historia… "estoy esperando a mi
marido nos separaron en diferentes camiones", "pienso volver a
Tailandia, pero cuando tenga el pasaporte", "mi familia no regresará",
"hemos viajado desde las 4 de la mañana" (eran ya las 3 de la tarde y
un largo recorrido aún les quedaba hasta llegar a sus casas). "No tengo
dinero, no he recibido el salario de este mes"… "He estado en la
cárcel y he tenido que pagar al entrar en el camión para venir aquí". Una
joven madre dio a luz en uno de los camiones que trasladaban a la gente… su
marido estaba en otro camión con sus dos hijos… saltó de alegría cuando le
dijeron que había sido padre de nuevo de mellizos y corrió al hospital para
encontrarse con su esposa.
Cada mañana desde
el centro de los salesianos el grupo de nuestras estudiantes iba a la carpa
preparada por Caritas y otras organizaciones para empaquetar la comida que se
les ofrecía y recibir a la gente. En
cualquier momento podía llegar un nuevo camión con gente, entre 45 y 55
personas que exhaustas por el viaje, que habían hecho de pie, no tenían incluso
fuerzas para caminar. Algunos tenían que
ser acompañados al hospital de campaña preparado para el momento, los que tenían
niños o bebes eran acompañados por
nuestras jóvenes al lugar donde se les daba una ayuda económica, leche, una
mosquitera y una esterilla para dormir. Lo más impresionante ha sido el cambio
del rostro de la gente, un rostro asustado, sin fuerzas, temeroso, se
transformaba en pocos segundos en sonrisa acogedora, en agradecimiento, en
confianza. El pequeño gesto de ayudar con sus pertenencias y acompañarles al
nuevo camión que les iba a llevar a sus provincias de procedencia con una
sonrisa eran suficientes para establecer una comunión, una sintonía que es
difícil de describir.
Al mismo tiempo
que la gente llegaba otros estaban esperando para cruzar la frontera, esta vez
con su pasaporte y con su situación regularizada. Las hermanas aquí seguimos
trabajando día a día en la educación de niños y jóvenes con la esperanza de que
las nuevas generaciones puedan dar el impulso que necesita el país para poder
explotar sus propios recursos y ser protagonistas de sus propio desarrollo.